Durante la primera entrevista que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, concedió a RTVE sobre su carta de reflexión se le preguntó qué podía hacer para luchar contra la desinformación y los bulos. Le pedía concreción ante un fenómeno global que amenaza a las democracias. Quizá la respuesta del presidente no era la esperada ya que, como él mismo decía, no es el único que tiene que hacer algo, también tienen que hacerlo los grupos políticos, los medios de comunicación, especialmente los que utilizan plataformas de comunicación digitales, y los propios ciudadanos.
Existen investigaciones que sugieren que los políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos pueden crear ese ecosistema que promueva la verdad. Los estudios que se han realizado, sobre todo desde 2016, acerca de las noticias falsas o las fake news se han centrado en estudiar distintos aspectos como por ej. el modo en que los ciudadanos reciben y perciben la información, la evaluación de esta en términos de calidad o el comportamiento de los medios de comunicación y el uso de las plataformas digitales. Todo ello para comprender y actuar contra la desinformación.
Sabemos que lo que puede impedir que verifiquemos lo que nos cuentan en una noticia es nuestra preferencia por la información que confirma nuestras creencias preexistentes y la tendencia a aceptar aquella información que queremos creer porque es la que nos agrada. También puede pasar que la verificación consiga el efecto contrario. La facilidad para recordar la información y el sesgo de familiaridad en distintos temas hacen que tendamos a recordar la información, pero olvidando el contexto en que se produce. Todos estos factores hacen que aumente la probabilidad de que aceptemos una información falsa como verdadera.
Hace unos años se hizo una encuesta en Estados Unidos en la que se preguntaba, entre otras cuestiones, sobre la capacidad para reconocer información engañosa o inexacta en los medios de comunicación. Más de la mitad de los encuestados respondieron que confían más en su propia capacidad para reconocer ese tipo de información que en la capacidad del público en general para distinguirla. Entonces ¿podemos decir que las noticias falsas no son un problema para nosotros porque sabemos cuándo estamos ante ellas?
Este fenómeno ya fue denominado en los años 80 como el efecto de la tercera persona. Consiste en que las personas piensan que los mensajes de los medios de comunicación influyen en otras personas más que en ellos mismos. Este auto-refuerzo es un mecanismo clave para entender los distintos efectos producidos por los medios de comunicación en las personas, ya que estas están motivadas para mantener una imagen positiva de sí mismas al experimentar su competencia para reconocer lo que es falso de lo verdadero frente a otras personas.
Pero ¿qué sucede en otros medios de comunicación populares como son las redes sociales? Parece ser que dicho efecto puede reducirse si interviene la alfabetización mediática, habilidad para acceder a los medios y a la información, analizarla con actitud crítica y compartirla y producirla de manera responsable. Así lo sugiere otra investigación que se centró, entre otros aspectos, en saber si los efectos de las noticias falsas son mayores en grupos políticos distintos (demócratas y republicanos) que entre los miembros de un mismo grupo. Los resultados fueron: a mayor edad, mayor percepción de la tercera persona; los votantes republicanos creían que los demócratas estaban más influenciados por las noticias falsas y los demócratas pensaban que eran los republicanos; aquellos que tenían mayor identidad partidista con su grupo mostraron mayor disparidad entre ellos mismos, ya que veían más vulnerables a la exposición de las noticias falsas a los demás miembros de su partido. Por último, los encuestados están a favor de la alfabetización mediática, ya que esta minimiza el daño de las noticias falsas.

Otro aspecto importante para que todos ciudadanos estemos correctamente informados es educar a niños y adolescentes en y para los medios de comunicación, es decir, que estén alfabetizados mediáticamente. Saber distinguir una información de una opinión o evaluar la calidad de las fuentes de información son aprendizajes básicos para hacer frente a la desinformación. Ahora mismo los jóvenes consumen noticias en distintos medios como son las redes sociales y plataformas digitales, pero muchos no son capaces de distinguir una opinión de una información (de 1650 estudiantes, solo el 35,6% identifica la opinión). Actualmente, los estudiantes de Primaria y Secundaria han de estar alfabetizados en medios e información, un aprendizaje indispensable para poder tomar decisiones de manera informada como por ej. cuando pueda votar.
No quiero terminar sin recordar que existen códigos éticos de los profesionales de la información. Se ha propuesto reimpulsarlos para que se contribuya, con su cumplimiento, a promover una cultura informativa de calidad y a evaluar la práctica de aquellas páginas web que se caracterizan a sí mismas como medio de comunicación, que se rigen por el todo vale y que se acogen al derecho de la libertad de expresión.