Estar bien informado como ciudadano o no depende de nuestra capacidad y motivación para detectar la falsedad, pero también de otros factores sociales que aumentan o disminuyen las posibilidades de que estemos expuestos a la información correcta. Esta es la conclusión del estudio publicado recientemente titulado Sciences audiences, misinformation and fake news. Su objetivo ha sido revisar lo que se sabe sobre la desinformación que existe en temas científicos para mejorar la comunicación de la ciencia e identificar qué es lo que falla en la misma.
El estudio ofrece una visión panorámica sobre cómo y por qué los ciudadanos se informan de manera incorrecta en temas relacionados con la ciencia. En primer lugar advierte de los términos que existen acerca de la información errónea («misinformation»), que es la surgida probablemente por accidente; la desinformación («disinformation») que surge de forma intencionadamente falsa y la no información («uninformed»), que puede ser accidental o a propósito. Las distinciones entre estos términos, así como otros conceptos como “rumor” o “noticias falsas”, no siempre se han definido claramente en investigaciones relacionadas con estos temas, lo que causa que sea difícil en ocasiones comparar unos datos con otros.
Como afirman los autores del estudio, manejar información incorrecta puede tener causas y consecuencias específicas, sobre todo, si el ciudadano es especialmente activo a la hora de transmitir información y, especialmente, si este ciudadano está, sobre esa información que difunde, mal informado. Para los autores, ambas características implican que este ciudadano difícilmente abandonará sus creencias y opiniones para aceptar otras nuevas. Esto tiene relación con lo que denomina “conocimiento epistémico” de la ciencia, esto es, los niveles de información o la información errónea que tienen personas no expertas sobre el proceso científico y cómo transforman esa información en conocimiento a partir de los hallazgos producidos por la ciencia. Un ejemplo de conocimiento epistémico es el que se refleja en los resultados de la encuesta de Indicadores de Ciencia e Ingeniería de EE.UU. Esta encuesta mide el conocimiento general sobre los hechos científicos y sus autores consideran que está relacionado con el nivel de educación formal de los ciudadanos y la formación científica que tienen. La última encuesta refleja resultados como los siguientes: uno de cada tres estadounidense entendió mal el concepto de probabilidad; la mitad de la población no fue capaz de realizar una descripción correcta de un experimento científico y tres de cada cuatro no pudo describir el tema principal de un estudio científico.

Otra de las cuestiones sobre la existencia y difusión de las noticias falsas científicas es el de la creencia en teorías conspirativas, es decir, aquellas creadas de forma intencionada por un grupo de personas que buscan un beneficio común. Según el estudio, los que creen en estas teorías son personas que, por un lado, confían más en su intuición que en su razonamiento consciente y, por otro, no creen en las falsedades sino que respaldan estas teorías para defender su ideología o para afirmar su pertenencia a un grupo. Como afirma el estudio, la persistencia de estas creencias conspirativas es fruto de políticos, medios de comunicación y otros agentes que las usan como herramientas falaces para reforzar sus ideas.
A esto se une que los ciudadanos tienen un bajo nivel de alfabetización mediática, es decir, no pueden analizar y evaluar los mensajes que reciben en términos de veracidad y calidad. Por ello, aparte de que las plataformas de comunicación están cambiando sus algoritmos, también han surgido plataformas como Politifact.com y Factcheck.org que se dedican a verificar la información y desmentir las fake news o bulos.
La desinformación surge de los medios de comunicación tradicionales y de las redes sociales. Con las redes sociales, una persona selecciona la información que le interesa (por ejemplo compartiendo sus logros y sus preferencias) contribuyendo a dar una información incorrecta sobre actitudes y comportamientos. Como afirman los autores del estudio, las creencias que más se difunden se convierten en información familiar y la información familiar nos parece confiable. Sin embargo, el uso de redes sociales puede hacer que la información errónea se corrija, sobre todo, cuando un consumidor de noticias que busca el reconocimiento con el “me gusta” y “comparte” ofrece una información diversa más allá de su ideología.

Lo anterior está relacionado con los conceptos de exposición selectiva y razonamiento motivado. El primero se refiere a que uno elige leer o ver información en medios sabiendo o no que ese medio concreto transmite falsedades, incluso hay medios cuyo objetivo es mantener a las personas mal informadas. El segundo se refiere a las distintas razones por las que audiencias con ideologías distintas están expuestas al mismo contenido, lo que demuestra que las personas se involucran en el procesamiento de nuevas informaciones para proteger los valores, creencias e ideologías preexistentes. Ante estos fenómenos, es muy difícil que la información objetiva resuelva las percepciones erróneas porque hay creencias fuertemente arraigadas que no son puestas en cuestión por información fragmentaria y cuya validez y veracidad es frecuentemente dudosa. En este sentido, los autores interpretan que, ante una determinada falsedad, un individuo no siente la necesidad de argumentar en contra porque su compromiso ideológico tiene que ver más con el afecto que con el razonamiento basado en la evidencia.
Otro aspecto fundamental que recoge el estudio es el papel de los medios de comunicación masivos para luchar contra la información errónea. Actualmente, los medios tradicionales deben competir con las redes sociales y con el contenido que allí se difunde. En el artículo se cita al periodista estadounidense Jim VandeHei que resume la presión social y comercial de los medios para poder sobrevivir: «La supervivencia… depende de dar a los lectores lo que realmente quieren, cómo lo quieren, cuándo lo quieren y no gastar demasiado dinero en producir lo que no quieren».
¿Y de dónde surge la mala información sobre la ciencia? Según el estudio, los agentes que pueden contribuir, sin saberlo, a la desinformación son los propios científicos, instituciones académicas, periodistas especialistas en el campo de la ciencia y los lectores de noticias científicas.
En relación a los científicos, algunos de ellos piensan que la falta de apoyo institucional ha hecho que las organizaciones científicas utilicen medios de comunicación masivos para promover determinadas áreas de investigación sirviéndose de científicos reconocidos para divulgarlas. Esto ha supuesto, según el estudio, que se haya exagerado y distorsionado el verdadero potencial de esas áreas al público no experto, y, con ello, hayan podido surgir percepciones y expectativas falsas sobre la curación de enfermedades, por ejemplo.

En cuanto a los medios de comunicación, la confianza de los ciudadanos en ellos se ha ido reduciendo a lo largo de los años. El estudio menciona los datos de encuestas que reflejan que solo el 8% de los estadounidenses (1 de cada 12) tiene gran confianza en algunos de ellos y el 73% (tres de cada cuatro) piensa que la comprensión de las noticias científicas depende de los periodistas que las comunican. A partir de estos datos, los autores cuestionan la capacidad de los medios para informar de manera correcta a su público y para verificar la información. Aluden a estudios que demuestran la tendencia de los medios a no contar en su plantilla con un periodista científico a tiempo completo y el empleo de informes elaborados con frecuencia por periodistas no científicos en temas que requieren un consenso científico como el cambio climático.
El último agente responsable de la difusión de noticias falsas científicas es el propio consumidor de noticias científicas. Por ejemplo, los comentarios que los lectores escriben a las páginas web están con frecuencia carentes de evidencia y pueden producir a otros lectores la percepción de que el artículo no tiene la calidad suficiente como para confiar en lo que dice.
Los autores realizan propuestas sobre cómo debería realizarse la comunicación científica. Hacen referencia al informe Communicating Science Effectively donde se proponen dos líneas de trabajo para evitar la desinformación sobre temas científicos: una está centrada en el análisis de la comunicación científica desde distintos niveles: individual y social (grupos de información en redes sociales y medios de comunicación tradicionales) y la otra, en los entornos de medios emergentes como las redes sociales, donde las noticias falsas se propagan con mayor velocidad que las verdaderas.
Por último, el estudio menciona la falta de investigación empírica sobre los mecanismos efectivos para llegar a audiencias que no son destinatarias de canales tradicionales de comunicación científica. La prensa científica y los programas de televisión sobre ciencia tienen un público muy específico que tiene más formación con lo que aprenden de manera eficiente nuevos contenidos. Además, estos contenidos son de calidad y pueden ampliar la brecha de conocimiento entre los distintos sectores socioeconómicos de la población.
Desde un enfoque democrático, se debería garantizar el acceso a una información científica de calidad para todos, donde la comunicación y el conocimiento de los hallazgos de la ciencia no se vean afectados por las tecnologías de comunicación emergentes.
Para saber más:
- Scheufele, Dietram A. & Krause, Nicole M. (2019) Sciences audience, misinformation, and fake news. Proceedings of the National Academy of Sciences Jan 2019, 201805871; DOI:1073/pnas.1805871115